Diamantes para la eternidad (1971).
Un
diamante es para siempre
Séptima entrega de cine
de espionaje en las películas de James
Bond y la sexta y última protagonizada
por Sean Connery como el agente ficticio
del MI6, basada en la novela del mismo título de Ian Fleming publicada en 1956, siendo la
segunda de cuatro que dirigió en la saga
Guy Hamilton. La historia tiene a
Bond haciéndose pasar por un traficante
de diamantes para infiltrarse en un
círculo de dicho gremio, todo ello para destapar un complot
contra su antigua némesis, Ernst Stavro Blofeld (Charles Gray), quien quiere usar esos diamantes para construir un laser gigante. Es la batalla definitiva entre 007 y su archienemigo, que además
pretende destruir Washington DC y de paso
extorsionar al mundo mediante un ultimátum nuclear.
Después de que George
Lazenby abandonase la saga, los productores Harry Saltzman y Albert Broccoli le hicieron pruebas a otros actores, pero el
estudio United Artists quería a Connery
de vuelta, por lo que le pagaron la entonces cantidad record de 1,25 millones de $ de salario para su regreso. Ambos productores se
inspiraron gracias a Goldfinger, de ahí que volviesen a
contratar al director de esta, Hamilton, así como a Shirley Bassey para que
cantase el tema principal de la cinta.
Se rodó entre otros lugares en Las
Vegas, California, Amsterdam y en un
hangar de la Lufthansa en el aeropuerto de Frankfurt, Alemania.
Esta entrega tiene el inconveniente de cargar con un tono
humorístico demasiado exagerado, aunque
también destaca por ser la última vez
que veríamos en pantalla a la
organización Spectra hasta curiosamente la muy reciente aventura de 007 estrenada en 2015, Spectre. James Bond persigue a Blofeld
y acaba encontrándolo en una
instalación donde están creando clones
de este mediante cirugía. Mientras, los asesinos Albert Wint (Bruce Glover) y Charles Kidd
(Putter Smith) matan de manera
sistemática a varios traficantes de
diamantes, lo que lleva a sospechar a M
(Bernard Lee) que esas joyas
sudafricanas están siendo almacenadas
para debilitar su valor mediante
ventas a precios inferiores al
coste real.
Por eso le ordena a
Bond que destape la red de tráfico de diamantes. Disfrazado
como un traficante profesional y asesino
llamado Peter Franks, Bond viaja hasta Amsterdam para reunirse con su contacto, Tiffany Case (Jill Saint John), quienes se van esta
vez juntos a Los Ángeles, ocultando los
diamantes en el interior del cadáver del
auténtico señor Franks (Joe Robinson).
En el aeropuerto internacional, Bond da
con su aliado de la CIA, Felix Leiter (Norman Burton), para luego viajar hasta
Las Vegas. Allí se pasa el resto de la noche
con Tiffany, a la que da instrucciones para recuperar los diamantes reales en el casino Circus.
Cuando la tapadera de
Bond es descubierta, huye llevándose un
vehículo lunar todoterreno y reuniéndose
con Tiffany. Después es noqueado por
culpa de un gas, capturado por Wint y
Kidd y llevado hasta las afueras de la ciudad del pecado, donde lo atan a una tubería
y lo abandonan para que se muera. Por suerte, Bond sale de allí y rodea el laboratorio secreto donde Blofeld planea crear un
arma usando los diamantes que ya
han sido puestos en órbita. Con su satélite,
Blofeld destruye armamento nuclear
en China, la URSS y EEUU, lanzando con ello su órdago para la supremacía atómica mundial.
El empresario y aliado de
007, Willard Whyte (Jimmy Dean), identifica una
plataforma petrolífera frente a la costa de
Baja California, en México, posible base de operaciones de Blofeld ,
quien trata de escapar en un mini
submarino, pero por suerte Bond toma el
control del vehículo y lo hace
estrellarse en la sala de control de la base, haciendo que el
satélite se destruya. El espía y Tiffany
ponen rumbo a Gran Bretaña a bordo del SS Canberra, donde Wint y Kidd
se hacen pasar por miembros de la tripulación y tratan de matarlos con una bomba oculta en su camarote.
El personaje de Dean, un
empresario, es un pastiche de Howard
Hughes, si bien en primeras versiones de guion era descrito como gemelo de
Auric Goldfinger, detalle que cambió por completo al entrar como guionista Tom
Mankiewicz, quien eliminó una escena de
persecución a través del lago
Mead con Blofeld a bordo de un barco gigante perseguido por Bond y los
dueños de todos los casinos de Las Vegas
en sus yates privados y en el que 007 pronunciaba la famosa frase del almirante
Nelson al comienzo de la batalla de
Trafalgar, Inglaterra espera que todo hombre cumpla con su deber,
cambiando Inglaterra por Las Vegas. También eliminó todo rastro de Tracy, la
fallecida esposa del Bond de Lazenby, descartando el tema musical de la
predecesora.
Otro cambio de guion tuvo
que ver con la eliminación de una secuencia
en que varios buzos saltaban armados
desde helicópteros al mar y colocaban minas explosivas en los pilares
de la plataforma. El texto de Mankiewicz trataba por todos los medios de
ajustarse a los gustos del sucesor de Lazenby y al del director de la anterior,
Peter Hunt, por lo que los productores Broccoli y Saltzman se entrevistaron con John Gavin, con el
Batman de la tele, Adam West, y hasta
con Michael Gambon. Connery aceptó pese
a que ya estaba preparando los rodajes de proyectos como La ofensa a las órdenes de Sidney Lumet.
El escocés también estaba
a la espera de cerrar su contrato para protagonizar Macbeth de William Shakespeare, donde encarnaría al despiadado noble, quien apoyado en su aún más
ambiciosa esposa llegaría a ser rey de Escocia. Este proyecto se canceló debido
a que ya se había puesto en marcha una
versión al mando de Roman Polanski. Por
su parte, el cantautor Paul Williams rechazó el papel del señor Wint y para
Tiffany se consideró a Raquel
Welch, Faye Dunaway y Jane Fonda, así
como la posibilidad de un cameo por parte de
Sammy Davis Jr. La escena de la plataforma petrolífera se rodó frente a
la zona costera de Oceanside, California.
Connery es de lo mejor de
la película, cuya trama es compleja y
tiene momentos bastante estúpidos, como ver a Bond conduciendo un vehículo lunar más propio de la ciencia
ficción de serie B, y otros más memorables como la persecución por Las
Vegas en la que el agente secreto lleva
su Ford Mustang sostenido solo por dos
ruedas. Con el paso de los años, sigo pensando lo ridículo que resulta el
concepto de un satélite que dispara un
láser al igual que las actuaciones de St John, Burton y Dean, los secundarios
que arropan a 007. La actriz americana es de largo la chica Bond menos
convincente de la saga, guapa pero inútil,
tanto como la pareja de matones.
Es por tanto esta una de las entradas más
fáciles de olvidar de todas y que hasta que no aparece Blofeld la cosa no
mejora más allá de su simple premisa, un mundano melodrama sobre tráfico de
diamantes. El espectáculo con el que asociamos a Bond no aparece y por mucho que se ambiente en una
zona exótica como Las Vegas, el esfuerzo no es suficiente. Hay además poco
humor refinado, asesinos muy al estilo de Los
Vengadores televisivos (pero mal
desarrollados por parte de Mankiewicz) y contra más problemas surgen, Bond
parece transformarse en una versión melliza de Super agente 86.Quizás esta entrega es un
avance de lo que se avecinaría con el siguiente Bond, Roger Moore, en El
hombre de la pistola de oro o incluso en el posterior de Pierce Brosnan en Muere
otro día.
Puntuación:
6,1
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